CRÓNICAS DESDE EL PISO DE VENTAS by IVÁN FARÍAS

CRÓNICAS DESDE EL PISO DE VENTAS by IVÁN FARÍAS

autor:IVÁN FARÍAS [FARÍAS, IVÁN]
La lengua: spa
Format: epub
editor: PARAÍSO PERDIDO
publicado: 2019-01-21T17:26:18+00:00


Personas con portafolios

R. era un gran tipo, moreno, sonriente, siempre venía de traje o en mangas de camisa. Él era uno de los muchos proveedores que nos visitaban cada tanto, es decir, hombres y mujeres con portafolios, que traían cada semana las novedades editoriales o que preguntaban por algún resurtido. R. me caía muy bien, era muy amable y conocía a la perfección su material. No sé si leía o no, nunca nos deteníamos a intercambiar charla sobre ese aspecto, preferíamos, mis compañeros y yo, soltar alguna chanza, reírnos por el retraso de su material o preguntarle por su familia. Cuando trabajaba en la distribuidora más grande de libros de nuestro país llegaba en grupo con sus amigos, todos vestidos de azul, con camisa y pantalón planchado. Al parecer era una especie de uniforme.

Un día nos dijo que abandonaba la empresa y se iba a Penguin Random House, lo que para él significaba ascender, y por lo tanto un salario más alto. A su salida, el compacto grupo que habían armado se desmoronó. Los proveedores de su empresa cambiaban tanto que comenzamos a tener severos problemas con los muchos libros que nos distribuían.

Hasta ese momento me di cuenta que el mundo de los distribuidores es un sitio muy cerrado, un circulito en el que se van turnado para trabajar en una u otra editorial o distribuidora. Por ejemplo, antes de trabajar para la librería, conocí en una distribuidora que despreció a S. A diferencia del resto de sus compañeros, él sí es un gran lector. Había estudiado Letras Clásicas en la UNAM y mantenía una familia, por lo que para sobrevivir en el mundo de los libros buscaba siempre acomodarse en alguna distribuidora o editorial que le pagara más, pero que además le gustara el material. Cuando lo volví a encontrar estaba trabajando en Océano. Me saludó con su gran sonrisa; él moreno, de ojos rasgados, con lentes y sacos amplios, era un tipo con el que inmediato congeniabas.

Cada vez que llegaba a entregar sus novedades nos dábamos unos minutos para platicar sobre algún tema, desde la terrible política nacional, sus lecturas clásicas de la Bibliotheca Scriptorvm Graecorvm et Romanorvm Mexicana, que editaba la UNAM hace tiempo o simplemente, sobre novela negra. Aunque él no era muy lector de esta yo sí, por lo que me permitía recomendarle títulos. Un día, luego de una larga jornada, le pregunté si estaba a gusto con su empleo. Me dijo que sí, que le gustaba mucho trabajar con libros y que Océano lo trababa muy bien. No pensaba salir de ahí en un tiempo largo. Meses después, por alguna razón que nunca quise preguntar, la editorial cambió de distribuidor y lo dejé de ver, aunque de vez en vez nos mandamos algún mensaje en redes sociales.

Había varios distribuidores, todos peculiares a decir basta: J., un poblano delgado vestido permanentemente con un chaleco tejido, que cuando era temporada nos regalaba nueces y que llevaba vendiendo libros de bajo costo desde hacía años; un sujeto



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